La cara, el futuro pin del móvil y la tarjeta de crédito

1234 o password son las contraseñas más sencillas, más fácilmente hackeables y, también, las más usadas. Los expertos recomiendan combinaciones de mayúsculas, minúsculas, números y símbolos para crear una clave robusta que impida el acceso a la información privada.

Sin embargo, cada vez ganan más peso las claves biométricas. Primero llegaron las huellas digitales para, posteriormente, saltar al reconocimiento de iris y alcanzar el reconocimiento facial. «El acercamiento al gran público ha venido de la mano de la inclusión en los dispositivos móviles como sistema de desbloqueo. Su antecesora, la huella digital, fue recibida con agrado por los usuarios porque dejaba atrás la tediosa tarea de recordar la contraseña», apunta Xavier Baró, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC.

Las primeras versiones llegaron con Android 4.0 a principio de 2011. «El problema era la seguridad», apunta Baró. «Cuando se utiliza una cámara normal para capturar las fotos de la cara, basta con mostrar una foto del propietario del teléfono para que nos dé por bueno el reconocimiento», añade.

El universo del reconocimiento facial ha ido creciendo y aglutinando escándalos. Sin embargo, en la versión móvil es donde más éxitos está cosechando. La investigación en este apartado ha crecido exponencialmente.

A pesar de llegar con el sistema operativo de Google, Apple ha conseguido sofisticar su Facee ID, «que permite crear un mapa en tres dimensiones de la cara y, a partir de ese mapa, sacar una serie de valores para ver si eres tú o no», relata el profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC.

El otro punto de apoyo que ha impulsado el entrenamiento de los algoritmos del reconocimiento facial han sido los continuos retos en las redes sociales para comprobar cómo ha cambiado el usuario en la última década.

Los sistemas de reconocimiento facial están tan avanzados que las investigaciones ahora se centran «en poder reconocer a las personas a lo largo de toda la vida sin necesidad de hacer fotografías constantemente», explica Jordi Serra, profesor de los Estudios de Informática, Multimedia y Telecomunicación de la UOC, «incluso si llevas gafas o barba o no, o si han pasado unos ciertos años. La gente, sin saberlo, les ayudó a tener más datos, más fotografías y poder identificar a más personas», añade.

La empresa española FacePhi es una de las pioneras en todo el mundo en implantar la tecnología biométrica en el sector financiero. Gracias a la información en posesión del banco, la tecnología de la compañía alicantina puede contrastar la información del DNI del cliente y un simple escaneo facial. Si la información coincide, el usuario podrá realizar las operaciones que desee en su banco.

La ley, cara a cara

El riesgo es vigilar a la población y saber en cada momento lo que hacen los ciudadanos. Ello podría asimilarse a las medidas de un régimen totalitario», reflexiona Sergio de Juan-Creix, profesor colaborador de Derecho de los Estudios de Ciencias de la Información y de la Comunicación de la UOC.

En este sentido, Europa y su Reglamento General de Protección de Datos (RGPD) vigila con especial sensibilidad la privacidad de los ciudadanos comunitarios, por lo que el reconocimiento facial afectaría tanto a los derechos de imagen como a la protección de datos. «Este tipo de datos se consideran sensibles y tienen una protección reforzada; por lo tanto, para el uso de cámaras que los analizan, necesitas el consentimiento libre o bien que exista un interés público esencial previsto en una norma con rango de ley que lo haya reconocido, entre otras bases legales», explica De Juan-Creix.