Unos cambios sobre lo mismo
Si reunimos toda la información de prensa y radio y televisión de los últimos tres meses, no nos sorprendería ver que más del 30% de la cobertura se refiere a la pandemia COVID-19. Eso no es nuevo y es una parte esencial de cualquier epidemia. Tampoco resulta nuevo que los medios tienen el poder tanto de informar como de desinformar.

Lo que resulta de suma importancia en ello es el hecho de que los medios de comunicación, proponiéndoselo o no, moldean poderosamente la percepción pública de una epidemia y orientan en cierto sentido su actuación. Por consiguiente, los detalles de cómo se lleva a cabo la comunicación popular son de suma importancia.

La cobertura actual de los eventos de pandemia, difiere de épocas anteriores en la tecnología, la velocidad y la variedad con la que se generan los informes de noticias. A principios del siglo XX, por ejemplo, los ciudadanos especialmente de las grandes ciudades, dependían en gran medida de una gran cantidad de medios impresos, mientras que los de hoy, pueden recurrir a una gran variedad de periódicos, revistas, televisión, radio, cable, sitios de Internet, registros web y grupos de discusión. Eso no significa que estemos mejor informados. A principios del siglo XX, existían múltiples ediciones diarias de periódicos y en cada ciudad importante y de radioperiódicos con gran cantidad de excelentes informes sobre amenazas epidémicas, lo que permitía a la mayoría estar bien informados sobre el entendimiento del momento de una amplia gama de temas científicos.

Tampoco resulta novedoso en la actual pandemia, cómo los médicos, los funcionarios de salud pública y otros acomodan, informan y, a veces, corrigen a la prensa. Sin embargo, no hay duda de que la amplitud de los géneros de medios, y la demografía de sus consumidores es mucho mayor hoy que en épocas anteriores, y no hay duda de que los medios tienen una capacidad mucho mayor para proporcionar a los consumidores de noticias información útil y desinformación.

Un tema peligroso: ocultamiento del problema
A lo largo del tiempo, cosa igual en estos momentos, muchas naciones o estados han ocultado noticias de una epidemia para proteger los activos económicos y el comercio. En 1892, por ejemplo, el gobierno alemán inicialmente ocultó, y por lo tanto exacerbó, la pandemia de cólera de ese año por temor a que cerrar el puerto de Hamburgo -en ese momento el puerto más grande del mundo- significaría la ruina económica para muchos. En otros momentos, los esfuerzos de ocultamiento han sido motivados por prejuicios nacionalistas, orgullo o política, como fue el caso el VIH en la década de 1990. Igual cosa hizo China durante los primeros meses de la epidemia de SARS de 2003 e Indonesia con la gripe aviar. Independientemente de las razones para ocultar una crisis de salud pública, desde lo político hasta lo puramente mercenario y corrupto, el secreto casi siempre ha contribuido a la propagación de una pandemia y obstaculizó la gestión de la salud pública.

Tendencia a culpar determinados grupos sociales
La historia ha demostrado con demasiada frecuencia que los grupos sociales que la población en general considera “indeseables”, corren mayor riesgo de recibir un tratamiento duro o inapropiado en tiempos de crisis, sin importar si la crisis es producto de enfermedades infecciosas, desastres naturales o simplemente malestar social. En muchos puntos de la historia especialmente durante el siglo XIX y principios del XX, la suposición implícita de que la indeseabilidad social estaba de alguna manera correlacionada con un mayor riesgo de contagio ha llevado al desarrollo de políticas severas dirigidas a los chivos expiatorios en lugar de la contención de una infección infecciosa particular. Hay muchos ejemplos de chivos expiatorios a lo largo del tiempo. Recientemente, la estigmatización de hombres homosexuales y haitianos durante los primeros años de la epidemia de SIDA en los Estados Unidos es un ejemplo. En la actualidad el mismo presidente de los Estados Unidos con su actitud hacia el migrante, es un ejemplo de ello.

El blanco: la pobreza
En casi todos los momentos, las personas pobres se han visto desproporcionadamente afectadas por epidemias y pandemias. Las políticas de salud pública que culpan a las víctimas o, lo que es peor, a las víctimas percibidas (Giammattei y los médicos) pueden tener muchas consecuencias negativas, incluido el diagnóstico erróneo de las personas sanas y aislarlas o ponerlas en cuarentena con personas no saludables; disturbios sociales, enredos legales e infracciones de las libertades civiles; y comportamientos extremadamente contraproducentes por parte de los destinatarios como enfermos. La prensa actual está llena de detalles al respecto. Dichos resultados negativos tienen el potencial de restar importancia a los esfuerzos por contener o mitigar una enfermedad contagiosa.

Todos los otros leitmotivs descritos en el artículo anterior https://lahora.gt/leitmotivs-principales-de-las-pandemias/ ocupan un lugar destacado en la información actual pero no cambian las razones. Por ejemplo, durante la pandemia de 1918 en la prensa de esa época se lee que fue muy común que los dueños de negocios locales se opusieran a las intervenciones no farmacéuticas que afectaban gravemente su salud económica. El cierre de escuelas y negocios, las restricciones de viaje e incluso el uso de máscaras faciales a menudo resultaron ser temas bastante polémicos. Además, muchas advertencias de una pandemia de influenza a principios del verano de 1918 no fueron escuchadas; de hecho, las bibliotecas médicas están llenas de informes de salud pública, raramente leídos, publicados en los años previos a la pandemia de gripe, que instó a la creación de más camas de hospital y salas de aislamiento, así como al desarrollo de mejores estrategias de vigilancia y contención de enfermedades no en nuestro país, amordazado por la tiranía, pero si en otros. Y una vez que terminó la crisis de la gripe, se hizo poco para rectificar los problemas administrativos de salud pública que fueron expuestos por la pandemia de 1918–20 hasta llegar a un siglo después en las mismas condiciones.

Otros argumentos que juega un papel importante en la pandemia incluye cómo los medios de comunicación interpretan la propagación contagiosa. En 1918, los medios informaron sobre estos eventos y jugaron las comunicaciones un papel importante al notificar sobre el riesgo para la salud pública en contener o mitigar la propagación; las rivalidades internas entre grupos sociales, comerciales, incluso del sistema de salud y los líderes políticos; supresión o subregistro de la notificación de casos -en 1918 en países desarrollados, esto incluso se debió a menudo a que los médicos en ejercicio privado no querían perder el control y la remuneración de sus pacientes privados, al informar y remitirlos a los departamentos de salud pública-; la etiología poco clara de la gripe; vacunas ineficaces contra el organismo equivocado; y, por supuesto, cuestiones de viajes, particularmente los movimientos de masas de soldados en todo el país y luego al teatro europeo de lo que ahora llamamos la Primera Guerra Mundial.

Aunque los historiadores por naturaleza dudan en predecir el futuro, es más que claro que la mayoría o la totalidad de estos temas, han vuelto a surgir y a ser parte de la crisis actual emergente que enfrentaremos y al igual que en el 1918, montada sobre un panorama político lleno de corrupción, intolerancia, prebendas y robos. Y aunque no se puede decir con exactitud cuál será la proporción exacta o la combinación precisa de ingredientes en el acontecer actual, creo que la historia nos proporciona muchos trazos de pincel amplio, que invitan a pensar en que la crisis social que se avecina es de proporciones gigantescas y dantescas.