• Faros abandonados, ruinas milenarias o torres militares de vigilancia junto a la orilla
  • Repletos de curiosidades históricas, conviven apaciblemente junto a los bañistas
  • Cádiz se sitúa en los primeros puestos de preferencia del turismo nacional
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Su envidiado litoral, amplio y luminoso, ocupa todos los años uno de los primeros puestos en los ránking de destinos nacionales preferidos por los turistas. Sin embargo, este verano atípico de pospandemia, Cádiz puede considerarse como uno de los principales destinos de moda.

Playas kilométricas de arena blanca y pulida recortadas sobre un cielo azul límpido, a los pies de un océano Atlántico de múltiples tonalidades turquesas. Son muchos los municipios costeros gaditanos que se teclean ávidamente en los buscadores turísticos de internet, los que más fotografías aportan a las cuentas de las redes sociales: Conil, Tarifa, Caños de Meca, Zahara de los Atunes o la propia ciudad de Cádiz.

Varias de estas playas acogen asimismo -a escasos metros de la propia orilla- algunos insólitos edificios de icónicos y enigmáticos perfiles, repletos todos ellos de singularidades y curiosidades históricas.

Faro de Trafalgar


Con sus 34 metros de altura (51 si tomamos como referencia el nivel del mar), el Faro de Trafalgar está considerado como una de las siluetas más representativas de todo el litoral gaditano. Edificada en 1860, sobre el denominado Tómbolo de Trafalgar, esta torre blanca (algo descascarillada en la actualidad) de inconfundible forma troncocónica sirvió durante siglos de luz de guía a marineros y navegantes.

Se encuentra ubicada a escasos kilómetros de la población de Caños de Meca y se puede acceder hasta ella, por cómodos senderos a pie, desde la playa de Trafalgar o también desde la de Zahora.

Fue testigo, en 1805, de uno de los mayores combates navales de todos los tiempos, la batalla de Trafalgar, que acabaría con desastroso resultado para la flota franco-española (quien esté interesado en ella puede leer la obra Cabo Trafalgar de Arturo Pérez-Reverte, cuyos textos aparecen salpicados por alguno de los carteles explicativos que rodean el faro).

Heredera de la vieja torre de vigilancia que levantaran los árabes allá por el siglo IX, hoy en día el faro se encuentra acogido al Programa Nacional de Puertos del Estado, con la idea de reconvertirse en alojamiento turístico. Un proyecto que aún no ha encontrado inversor.

Balneario de la playa de La Caleta



El Balneario de Nuestra Señora de la Palma y del Real, uno de los grandes símbolos arquitectónicos de la ciudad de Cádiz, se eleva en plena Playa de La Caleta, en el corazón histórico de la ciudad vieja.

Construido en los años veinte del pasado siglo (se inauguró en 1926, concretamente, para sustituir una instalación similar de madera conocida como Baños del Real, que estaba en muy mal estado), sus bellas hechuras modernistas se caracterizan por dos largas galerías laterales que parecen querer abrazar al mar.

Su uso como balneario no se prolongó demasiado en el tiempo (la moda de los baños al estilo años veinte pasó rápidamente) y entró en una fase de progresivo abandono. Entre 1936 y 1943 alojó una Escuela Naval y, en 1958, la Diputación Provincial transfirió su titularidad a un empresario privado, José Paredes González de la Torre, que inició la explotación del local como lugar de celebración de bodas, fiestas o banquetes.

El progresivo deterioro de la estructura del inmueble (debido a la baja calidad de los materiales) llevó a su abandono total en 1975. En un momento determinado, llegó a plantearse incluso la conveniencia de su derribo. Por fortuna, la polémica quedó definitivamente zanjada al ser declarado Bien de Interés Cultural en 1990.

En la actualidad, alberga el Centro de Arqueología Subacuática del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico, aunque -con cierta ironía- son muchos los habituales de La Caleta que opinan que el principal servicio que aporta este hermoso balneario a la ciudad (además de su belleza estética) es la rica y fresquita sombra que proporciona a los bañistas colocados bajos los arcos de su estructura.

Búnker de Atlanterra


Aquellos que caminen, en dirección este, por la orilla de la playa de Zahara de los Atunes acabarán llegando hasta un pequeño promontorio, conocido como cabo de Plata (el punto que separa la playa de Atlanterra de la denominada playa de los Alemanes), punto sobre el que se eleva una construcción militar defensiva de hormigón armado muy similar a la que uno puede ver en las películas de la Segunda Guerra Mundial ambientadas en el Desembarco de Normandía.

Aunque son muchos los curiosos que suelen relacionarlo con la Guerra Civil española, en realidad su construcción es algo posterior y tiene como trasfondo la Segunda Guerra Mundial.

Durante los primeros años de este gran conflicto, el gobierno del general Franco mantuvo relaciones amistosas con el III Reich, por lo que España se posicionó en cierto modo del lado de los alemanes, convirtiéndose así en un posible objetivo del bando aliado.

La situación estratégica de nuestro país entre Europa y África, provocó que las costas andaluzas (y especialmente las de Cádiz) se convirtieran en una plaza muy deseada por las potencias aliadas. Por esta razón, Franco decidió realizar un fuerte despliegue militar a lo largo de la línea costera sur de la provincia, entre Málaga y la frontera con Portugal, ya en tierras de Huelva.

El Búnker de Atlanterra posee una antigua pasarela de hormigón que lo une con la costa y estuvo armado en su día con un pequeño cañón de infantería y ametralladoras. Era utilizado como vigía y defensa ante una posible invasión por mar y formaba parte de un grupo de búnkeres gemelos que recorren la costa hasta Conil.

Hoy en día se encuentra en muy mal estado de conservación, repleto de pintadas y desperdicios de botellones. El viento de levante y el salitre del mar han conseguido causar más destrozos en su acorazada superficie que las posibles bombas contra las que se protegía. A pesar del peligro, son muchos los bañistas que se adentran en el interior de sus gruesos muros agrietados empujados por la curiosidad.

Ruinas romanas de Bolonia


Elegida recientemente como una de las playas más singulares de todo el mundo, Bolonia posee -además de una belleza natural incomparable- dos alicientes añadidos a su atractivo: uno, su famosa duna 'viva' (que no deja de crecer y serpentear entre los pinares); y dos, las ruinas -a pie de playa- de la antigua ciudad romana de Baelo Claudia (cuyos orígenes se estiman en torno al siglo II a.C)

Ubicada a unos 22 kilómetros al noroeste de la localidad de Tarifa, la ensenada de Bolonia se convirtió en un centro económico de gran importancia, en aquellos lejanos días de hace ya dos mil años, como nudo neurálgico de comunicaciones entre el Atlántico, el norte de África y el Mediterráneo.

Baelo Claudia era uno de los principales puertos que enlazaba dicho tráfico marítimo, siendo además un notable centro de producción de la rica industria romana del salazón de pescado, el famoso garum (uno de los manjares imprescindible de la cultura romana). Alcanzó su máximo esplendor entre los siglos siglo I a. C. y siglo II d. C., iniciándose su decadencia a partir de segunda mitad del siglo II, cuando un gran maremoto arrasó parte de la ciudad.

El yacimiento arqueológico se puede visitar hoy de forma gratuita (si uno tiene la nacionalidad española) y existe junto a él un moderno centro de interpretación con espectaculares vista de la playa y su duna.

Torregorda


Situada al final de la playa de Cortadura, a las afueras de la ciudad de Cádiz (en dirección hacia la localidad de San Fernando), se alza -bien visible en el horizonte- la silueta de esta, enormemente popular entre la población local, gruesa torre militar, apodada desde siempre como Torregorda.

Construida a principios del siglo XVII, ha formado parte del sistema de protección militar de la provincia durante siglos, siendo, todavía hoy, parte de la base militar que la rodea.

Protegida por alambradas de espino, cámaras, radares y otras elevaciones de protección y vigilancia, su aparente aparatosidad bélica contrasta paródicamente con la apacible e indolente vida playera -castillitos de arena, sombrillas y sillas plegables- que se abre paso de forma natural a apenas unos metros de distancia.

Una de las consecuencias más sorprendentes asociadas a su presencia es el hecho de que la playa 'abierta al público' concluye abruptamente junto a los pies de Torregorda, cortando el paso al curioso caminante mediante un rústico muro de piedra de apenas metro y medio de altura.

A partir de ese punto, la playa deja de ser pública para convertirse en 'suelo militar', propiedad del Ejército español, estando prohibido traspasar esa linde o ingresar en ella.

Como curiosísima advertencia, situada a apenas a unos metros de distancia de los muchos bañistas que toman el sol tranquilamente, se puede leer este cartel:

Si uno se alza sobre sus talones y prolonga la mirada más allá, no espere observar allí maniobras militares secretas o un despliegue de tropas en avanzadilla, sino a un ejército de parsimoniosas gaviotas que, a sabiendas que son las únicas que pueden allí posar sus patas, se siente cómodas y seguras lejos de cualquier presencia humana.